500 pasos.
Eso es lo que se necesita para llegar a la cima de la última turbina en la que he trabajado, algo más de 150 metros de acero, viento y vacío bajo los pies.
Me llamo Mathieu May y soy ingeniero de fiabilidad en I-care. Mi trabajo consiste en asegurar que estas turbinas, ya estén en medio de un campo o en alta mar, sigan girando sin problemas. Una sola turbina puede alimentar a miles de hogares, por lo que cada hora de inactividad cuenta. Cuando una se detiene inesperadamente, la pérdida se mide en megavatios y en miles de dólares por hora.
El día comienza temprano
La mayoría de los días comienzan mucho antes de la subida. El plan se define con antelación: qué turbinas visitar, qué sensores instalar y qué inspecciones realizar. Una vez que todo está claro, se trata de ejecutar.
En tierra, eso significa una alarma temprana, un desayuno rápido y un trayecto por carreteras tranquilas hasta el parque eólico. En alta mar, el día empieza de otra manera, quizá un corto traslado desde el puerto, quizá un despertar en el mar, con el sonido de los motores y el olor a sal en el aire. A veces viajas durante horas solo para que el tiempo cambie, el viento aumente y todo quede repentinamente en pausa.
Se requiere una preparación adecuada para la subida
Cuando por fin llegamos al sitio, comienza la preparación. Reunión de seguridad, revisión del equipo, comunicación con la sala de control, cada paso cuenta. Arnés, casco, sensores, herramientas; todo se revisa dos veces y todos verifican el equipo de los demás.
En alta mar, hay un extra de adrenalina incluso antes de empezar la subida: el traslado desde el barco hasta la plataforma de la escalera. Esperas la ola adecuada, agarras la escalera y subes rápido. Todo termina en cuestión de segundos, pero cada vez hace que el pulso se acelere.
Paso a paso
Dentro de la base, el ruido se desvanece. Llega la concentración. Aprendes a respetar la máquina, incluso después de cientos de subidas, el viento entre las palas y la magnitud de la estructura te recuerdan que solo eres un visitante aquí.
Algunas turbinas tienen pequeños ascensores de servicio que facilitan el ascenso, especialmente en alta mar. Pero siempre hay una escalera en algún lugar, y cuando el ascensor no es una opción, son quince minutos de subida constante, arnés enganchado, la bolsa de herramientas golpeando contra ti. Cada ascenso utiliza un sistema anticaídas, con una línea siempre conectada. Nos entrenamos regularmente para escenarios de rescate, aunque esperamos no tener que usarlos nunca.
Dentro de la torre, todo está en silencio salvo por el eco de tus pasos y el suave zumbido del viento. Cada pocos metros, una pequeña plataforma te permite hacer una pausa y recuperar el aliento. Incluso con experiencia, siempre hay un momento en el que piensas en la altura, en el acero que te rodea y en la confianza que tienes en el equipo que te sostiene, y luego la concentración vuelve a tomar el control.
El verdadero trabajo comienza en la cima
Cuando llegas a la góndola, tu respiración ya está controlada.
Ahí es donde comienza el verdadero trabajo. A veces se trata de instalar sensores Wi-care™, pequeños dispositivos inalámbricos que miden la vibración en componentes clave como el cojinete principal o la caja de engranajes. Cuando los datos comienzan a transmitirse, sabes que el “latido” de la turbina está conectado a I-see™, la plataforma de mantenimiento predictivo (PdM) de I-care, que procesa la información en tiempo real.
A partir de ahí, analizamos tendencias, detectamos sutiles cambios de vibración y anticipamos posibles fallos con meses de antelación, dando tiempo a los equipos de mantenimiento para planificar las intervenciones en lugar de reaccionar ante las averías.
Otras veces, el trabajo se siente más quirúrgico. En una ocasión, los datos del análisis de vibraciones revelaron un patrón inusual en un cojinete principal. Mi tarea era confirmarlo mediante una inspección con boroscopio.
La sonda se desliza por una estrecha abertura de inspección, la luz se refleja en el aceite y el acero. La imagen aparece en la pequeña pantalla, una marca tenue, un inicio de descascarillado en la pista interior. Capturamos la foto, etiquetamos el archivo y lo enviamos directamente a los analistas, que comienzan de inmediato a compararlo con la tendencia de vibración.
Una pequeña confirmación, pero que puede cambiar todo un plan de mantenimiento.
Una recompensa al final de la misión
Cuando el trabajo está hecho, guardamos las herramientas, verificamos que todo esté asegurado y nos aseguramos de que la turbina sea segura para reiniciar. Antes de bajar, comprobamos que los nuevos datos de monitoreo se estén transmitiendo correctamente, nuestros analistas los ven al instante, y confirmamos con la sala de control que nuestro trabajo allá arriba ha finalizado. Si el clima lo permite, echamos una última mirada al exterior, unos segundos para disfrutar de una vista que solo unos pocos han tenido la oportunidad de contemplar.
De vuelta en tierra o a bordo del barco, estás cansado, a veces con frío, pero sabes exactamente por qué lo haces: para mantener a estos gigantes girando, de forma óptima y segura.
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